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Falsa Traicion. Cap 3: La decision mas dificil

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Dormía sobre el sillón luego de la horrible sensación que se le vino al pecho al pensar en todo lo anterior.

Chile, Inglaterra, Las Malvinas…

Golpearon su puerta repentinamente con agresividad. Frunció el seño al escucharlo entresueños. Uno de sus criados fue a abrir la puerta, y con caballerosidad, unos pasos distintivos se escucharon contra el suelo de la Casa Rosada.

—Buenas noches. Busco a…

No necesitó escuchar nada más para identificar esos tonos de voz. Era el británico, era el idiota de habla inglesa que toma té como si su vida dependiera de ello.

Era Inglaterra.

El criado lo hizo pasar, y como intentando huir de allí, Hernández se puso inmediatamente de pie llegando a marearse por la repentina acción. Inglaterra se acercó a él, extendiéndole la mano cordialmente, sonriendo con ironía. Una que lo descolocaba.

Good night, Argentina—Lo saludó personalmente. Martín miró a su criado que permanecía junto a la puerta, y le hizo un gesto para que los dejara solo, a lo que el hombre no se negó.

Sus ojos verdes y jóvenes se clavaron en los otros más antiguos, enfrentándolos.

—¿Qué querés? —Preguntó de mala gana.

—Oh, c'mon Argentina… No tengas esas actitudes tan poco diplomáticas conmigo. —Dijo, con la ironía escapándosele de la boca como lo hacían las palabras. —Salúdame como corresponde.

Giró, rechazando la petición del inglés. Gran Bretaña sonrió divertido, dejando caer su brazo.

"Latinos. Siempre tan inmaduros".

—Te pregunté qué querés. —Insistió el rubio más joven. —No tenés nada que hacer aquí. Si viniste sólo por hincharme las pelotas podés ir-…

—No vine a eso—Respondió de inmediato, interrumpiendo las hirientes palabras de Martín.

Éste volvió a girar para mirarlo, volver a enfrentar verde con verde.

—¿Entonces?

What? ¿Acaso no puedo venir a verte sólo porque quería?

—Nunca hacés las cosas porque sí. Siempre hay algo detrás de ti, siempre.

Pareció meditar irritablemente en eso. Puso su mano en su mentón, fingiendo pensar. —Puede ser… Pero en esta ocasión no. You know, vine a ver a Chile por asuntos de rutina, y pasé a verte, y darme cuenta de cuánto has crecido desde la última vez que…

—Calláte. —Y ahora fue él quien lo interrumpió.

—Que nos vimos.

Volvieron a mirarse. Uno con indiferencia, el otro con ira.

¿Qué demonios buscaba con esa visita tan repentina?

—¿Acaso no recuerdas esos años, Hernández?

Le dio la espalda, escapando de sus recuerdos. Esos recuerdos invasores que asechaban su calma y que asesinaban la plenitud que Chile siempre le dejaba cada vez que se veían.

—Cuando era niño. —Dijo, y sus puños se cerraron de impotencia. —Cuando Chile y yo alucinábamos por tus historias de piratas. Siempre atentos escuchándote. Y cuando las horas se hacían segundos en tu compañía…

—No me refería exactamente a esos años. Hablo de años más cercanos. Hace un siglo, más o menos. ¿Lo recuerdas?

Se acercó a él, quedándose detrás. Lo abrazó por la cintura y apegó su boca al cuello blancuzco de Hernández.

Su aliento chocó de lleno contra la piel, arrancándole temblores frenéticos y haciéndolo sentir sensaciones extrañas.

—Sigues igual de delicioso que antes, Argentina. Los años no pasan en vano por tu cuerpo…

Cerró los ojos con frustración, obligando a su cuerpo a no responder ante esos impulsos desfachatados del inglés.

Ese engreído era un caballero—o eso decía—, pero cuando quería seducir, vaya que lo hacía bien…

Buen testigo fue de eso durante años sin poder resistirse.

—¿Por qué viniste a ver a Chile? —Preguntó, alejándose de él y abandonando los labios británicos que recorrían su cuello. Seguía dándole la espalda. Sabía que si se enfrentaba ante esos ojos irónicos y poderosos, no soportaría los deseos de darle un puñetazo.

—Sólo digamos que hay negocios que quiero tratar con él.

Más misterios. ¿Qué demonios buscaba?

—En los que te incluyes, Martín.

—¿Qué?...

—Un favor que hace mucho tiempo quería pedirle.

Giró otra vez, y al verlo pudo apaciguar el deseo de romperle la cara a patadas. Ahora era otra cosa la que tenía en mente.

Fue acercándose otra vez hasta estar tan cerca que sus narices pudieron tocarse.

Sus ojos se abrieron, adivinando al instante de qué se trataba.

Todas sus dudas fueron resueltas. Era obvio que se trataba de…

—Las Malvinas serán mías. Definitivamente mías.

—Chile no te apoyaría…

—Oh, ya veremos, Hernández. Por mientras ve haciéndote a la idea de que así como estás, es difícil que puedas irte en mi contra. Recuerda que soy un aliado más de Estados Unidos. Y tú eres uno más de nosotros, al igual que tu amado vecino.

La sangre en sus venas corría mil veces más rápido. Sus puños volvieron a cerrarse.

—Esas islas ya me pertenecen. Sólo falta hacerlo oficial.

—Cerrá la boca, pirata.

—Y estás cordialmente invitado a la ceremonia. —Agregó con una sonrisa.

Maldito el día en que Inglaterra aprendió a usar el sarcasmo con tanta propiedad. Eso lo hacía enfurecer más.

Relamió sus labios y, con una odiosa insolencia, besó fugazmente la boca argentina antes de retirarse.



Por la cresta… no podía ponerse a llover ahora. No en el momento en que disfrutaba tanto de sus calles. A pesar de lo grueso de su ropa era seguro que pescaría un resfriado.

Mas prefirió eso y no volver a su casa. Prefería las calles y la lluvia, la lluvia y las calles. Tranquilas y tensas como ellas solas desde hace seis años. Miró a su alrededor y los muros se veían puros y limpios. Ninguna raya, ninguna objeción, ¡nadie opinando ni diciendo nada! ¿Cómo demonios su gente podía vivir así de sumisa? ¡¿Cómo soportaría él un día más así de sumiso frente a otros?!

Siguió caminando. Caminó por el centro. Agradeció por un segundo llevar puesto su uniforme militar: pasaba como un guardia de La Moneda más entre los edificios rotos y el horizonte perdiendo los límites de Santiago.

Y lloró.

Las lágrimas que mojaban sus mejillas se mezclaron con las gotas de lluvia resbalando por su uniforme. El viento las desviaba, alejándolas de él. El sonido del silencio asechando la calma de sus pensamientos: ninguna fiesta en los fines de semana, y eso que ya era la madrugada del viernes.

Necesitó un abrazo de Argentina, así como en otros tiempos lo hubiese necesitado de Estados Unidos o de Inglaterra.

"Inglaterra…"

El cambio…

¿Tan fuerte era la influencia de Alfred en las demás naciones? ¿Cómo era posible que siendo Inglaterra el hermano mayor del norteamericano, fuera más influenciado que todos los demás?

¿Cuál era su interés en esas islas?

Y lo que era más intrigante: ¿por qué debía ser él quien lo ayudara? ¿Por qué no Perú o Uruguay?

"Porque sabe la influencia que él ejerce sobre mí…"

Tantas preguntas, y tan poco tiempo para responderlas. Debía entregar una respuesta mañana si no quería más derramamiento de sangre en las calles de Santiago.

Sí. Definitivamente, primero estaba su gente y después él…

Después Argentina…

Qué falso resultaba ese orden.

Dolía elegir entre sus dos amores. Dolía demasiado. Antes de elegir entre lo uno o lo otro prefería estar muerto.

¿Y si era egoísta por una vez en su vida? ¿Qué pasaría?

"¿Qué más puede hacerme Alfred? Ya tomó lo que quería de mí. Me usó y me abandonó. Latinoamérica es y seguirá siendo un pueblito al sur de Estados Unidos, haga lo que haga"

¡No!. ¡Primero su gente!, ¡sus hijos!, luego lo demás.

"Martín…"

Luego Argentina.

"Martín…"

Cayó de rodillas al suelo, golpeándolo con sus puños y haciendo que los charcos de agua chocaran de lleno contra su cuerpo. Estaba atrapado.

Entre la espada y la pared.

O era más sangre, o era más lejanía entre quien tanto estimaba y él mismo.



Necesitaba armar todo ese crucigrama en ese mismo instante. Con su chaqueta militar en mano se dirigió a ver a Chile. Debía, no… necesitaba aclarar todo ese asunto.

En otros momentos, esos instantes en que cruzaba la cordillera de los Andes para ir a verlo, se le hacían segundos. Era demasiado hermoso mirar los límites de Chile y los propios, siendo testigo de la belleza latinoamericana, de sus riquezas culturales, de su gente, de su historia.

De sus deberes como países americanos también…

Pero ese no era el caso. El camino se le hizo eterno, y si había algo que lo desesperaba en ese momento era que no encontraba a Chile por ningún lado. ¿Dónde demonios estaba?

Pronto se encontró en un barrio bajo de Santiago. Y allí estaba él, contra la pared, abrazando sus rodillas y llorando como un niño regañado, como en los años de la Colonia cuando España lo encontraba haciendo travesuras. Y se conmovió. Quiso correr, sentarse a su lado y llorar con él, pero no podía permitirse ser tan débil.

Caminó despacio, haciendo que su sombra cubriera la luz de la luna que se reflejaba en la piel del chileno. Éste lo miró hacia arriba, sin poder evitar sonreír al mirarlo.

—¿Qué mierda estay haciendo aquí? —Intentó sonar rudo e indiferente, pero bien sabía que esa sonrisa idiota que se le había formado en la cara decía todo lo contrario.

—Necesitaba verte. Inglaterra fue a verme hace algunas horas y me habló de…

—Ya sé de qué te habló. Por la cresta… no sé qué chucha hacer…—Y volvió a enterrar su rostro en sus manos, cubriendo su avergonzada expresión del argentino. Odiaba que lo vieran llorar.

¿Qué era eso de que no sabía qué hacer? ¿Qué había entremedio de todo eso?

¿Cuál era el plan de Arthur?

—Manuel, este no es un buen lugar para hablar. Vamos a algún lado. Necesito preguntarte algo…

Todo comenzaba a calzar de a poco. Pero anhelaba escucharlo de la boca de él. Hasta que no lo hiciera, lo que Inglaterra decía no eran más que estupideces.

Ayudó a Chile a ponerse de pie, y caminaron juntos hasta la casa de González. Entraron, se secaron rápidamente junto a una pequeña estufa, y Hernández no tardó en tocar el tema que lo había llevado hasta allí.

Además de querer verlo, claro.

—¿Por qué dijiste hace un rato que no sabés qué carajo hacer? —Ni un solo segundo esperó para calmar esa intriga, esa angustia que le apretaba el pecho y le hacía un nudo en la garganta. Era estrictamente necesario aclarar todo, ahora. Ya.

Chile se sobresaltó. ¿De verdad había dicho eso?

¿Por qué cresta se le había salido? ¡Cómo tan hueón!

—No sé por dónde empezar…

Los ojos argentinos lo miraron, y la oscuridad brotaba de los propios. ¿Cómo demonios decidir?

¿Cómo?...

—Por el principio, che…

Se miraron otra vez, y Chile, como queriendo escapar del mundo, se apegó al cuerpo de Argentina, buscando calor.

Fue extraña la reacción, pero no iba a negarse. Lo estrechó entre sus brazos diciéndole cosas extrañas. Acariciaba su cabello marrón y con la otra correspondió el abrazo. ¿Qué era todo eso?

¿Desde cuándo Chile actuaba así?

Todo el entorno había terminado por destruir gran parte de su esencia.

—Inglaterra me amenazó…

Fue todo.

Eso era todo lo que necesitaba saber. Se arrepintió por no darle un puñetazo en la cara cuando lo tuvo al frente.

—Especificá.

—Quiere Las Malvinas, y si no lo ayudo a conseguirlas mi gente será…—No pudo continuar. No resistió la idea de sólo decirlo o pensarlo. No podía aceptar la idea de que más extravíos, más tortura, más muertes habrían. Más aún, y el único afectado por eso sería él. Ni siquiera su superior movería un dedo por evitarlo.

Todo lo contrario…

—Es un cobarde hijo de puta.

Por un segundo saberse entre los brazos de Martín, siendo consolado como una niñita llorona lo hizo sentir débil y humillado; mas no tenía energías para seguir haciéndose el fuerte. Necesitaba de él, más que nunca.

—Y no sé qué mierda hacer… No puedo permitir que mis cabros sigan sufriendo… ¡Son mis hijos!, ¡hijos de mi tierra!, ¡ellos me dan la existencia!

Y volvió a llorar en el pecho de su amado Argentina. Apretó con sus puños la ropa militar del rubio, y sollozó con potencia. Hernández no sabía qué demonios hacer. No podía reprocharle…

—Y tampoco puedo traicionarte porque…

Volvió a guardar silencio. El llanto lo hacía hablar demasiado. Ahora lo sabía.

—¿Por qué no? —Insistió, intentando sacarle más palabras de sus labios de cobre.

—Porque… yo…

¿Qué mierda estaba diciendo?

"No podís decirle hueón, no podís…"

—Si tú sabís oh… no me hagai decirlo…—Y se alejó de él limpiando sus lágrimas, tomando conciencia recién ahí de lo que estaba pasando entre ellos.

—Pero sería bonito escucharte decírmelo, Chile…—Dijo, acercándose por detrás y apegando la espalda chilena al pecho argentino. —Dale Manu… decílo…

"Esto se está desviando totalmente del motivo que me hizo venir" No pudo evitar pensarlo.

Era cierto.

Pero eso era mucho mejor que estar discutiendo con él por un pelotudo tan imbécil como Reino Unido.

—Martín, yo…

Lo escuchó atento, y eso lo hizo temblar.

Le daba demasiado miedo decirlo. Pronunciar esa frase era condenarse… ¡Era ser débil!

"¿Qué más débil puedo ser?..."

Sin embargo esos ojos verdes, ese cabello de oro tan brillante como el sol… ese sol que se ocultaba tras el océano pacífico que bañaba sus costas, lo hacía dudar tremendamente.

Y necesitó decirlo. Esa boca que ahora hacía chocar su aliento contra su cuello, terminó por comprarlo.

No iba a traicionarlo. No, claro que no.

Entendió en ese momento que antes de cualquier cosa, estaba Argentina.

Sí, claro que sí. Argentina, y luego lo demás. ¿Qué más podría hacerle Alfred? Se volvió a preguntar. Ya no podía tomar nada más de él. Todo lo tenía bajo su control.

Inglaterra podía irse a la chucha con su amenaza. Él iba a estar con Argentina para siempre porque…

Porque…

—No voy a traicionarte, hueón…—Dijo por fin, sintiendo la mirada acogedora de Argentina en sus ojos marrones que no respondían de la misma forma. Pero necesitó hacerlo luego de unos segundos…—No voy a traicionarte, porque…

—Decíme, Manu…—Y esa boca otra vez, convenciéndolo. Echó su cabeza hacia atrás disfrutando del contacto con su lengua, con sus labios, cerrando sus ojos.

Y todo lo vio claro como el agua, como sus costas, como los ojos verdes que se cerraban víctimas del placer abrumador que sentían al tocar ese cuello chileno la boca argentina.

—Porque te amo, hueón fleto…
ESTE FANFIC TIENE CONTENIDOS A CERCA DE POLÍTICA.

Chan! lo dijo, lo dijo! xD! por fin le dijo :D y no pudo negarse a sí mismo e_é!

El lío de Argentina e Inglaterra es un tanto confuso... la verdad es que en este fic también habrá un tantiiiiiiiito de UKArg, se me hizo imposible no agregar esta pareja, ya que me gusta tanto como el UKChi e_é

En fin, gracias por leer y por seguir esta idea loca~ es una alegría inmensa saberme leída :3

Nos vemos a la próxima!

Prólogo: "La supuesta Salvación" [link]
Capítulo 1: "La noticia, los recuerdos" [link]
Capítulo 2: "La demanda del reencuentro" [link]
Capítulo 3: "La decisión más difícil" Here
Capítulo 4: "Jamás" [link]
Capítulo 5: "Rebeldía" [link]
Capítulo 6: "Un deseo egoísta" [link]
Capítulo 7: "Intenciones de Cristal" [link]
Capítulo 8: "Despertar" [link]
Capítulo 9: "Promesa" [link]
Capítulo 10: "Traición y Deseo" [link]
Capítulo 11: "Falsas Verdades" [link]
Capítulo 12: "Inaccesible" [link]
Capítulo 13: "Escombros" [link]
Epílogo: "El Derecho de vivir en Paz" [link]

Hetalia/Inglaterra (Arthur Kirkland) © Hidekaz Himaruya.

Chile (Manuel González) y Argentina (Martín Hernández) © :iconrowein:
© 2012 - 2024 SteelMermaid
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NaruuTama's avatar
Puta Arthur ql... te odio... asi de simple... *pero te volvere a amar por lo tsundere que eres*
La historia latinoamericana hace doloroso seguir leyendo, pero tu narracion hace que valga a pena