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Falsa Traicion. Cap 4: Jamas

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Abrió sus ojos verdes luego de escucharlo, como si a sus oídos llegara el tango más hermoso. Sonrió casi sin querer, pues la dulce melodía de las sílabas en la boca del chileno eran más que deleitantes. Por fin, luego de años, había conseguido oír esas maravillosas palabras.

Aunque claro, no lo esperaba con los próximos dos adjetivos. Pero lo había logrado al fin.

—Yo también te amo, Manu…—Respondió, hundiendo su rostro en su cuello, aspirando ese aroma a mar y a pólvora que desprendía su ropa, y que luego de años se había impregnado en su piel, volviéndose parte de su esencia.

Él giró, mirándolo a los ojos. Enfrentando la miel con las esmeraldas que brillaban con intensidad, buscando encontrar en las hermosas pupilas chilenas la respuesta al anhelo.

Supo entonces, que Inglaterra mentía.

¿Por qué lo hacía?, le importó un bledo el motivo. Lo importante era que Chile no lo traicionaría. No iba a renunciar a él.

Acarició su mejilla con dulzura, sonriéndole de la misma forma. Limpió las lágrimas hirientes con sus dedos retirándolas de allí, para que ya no estorbaran en la linda escena que ambos protagonizaban.

—Me hacés tan bien…—Confesó, contagiándole la sonrisa al otro. Chile tomó las manos de Argentina y posteriormente tomó su rostro, imitando la acción del rubio. —Inglaterra puede irse al carajo. Vos siempre estarás conmigo, ¿verdad?

—Claro que sí. —Respondió, sin dudar ni un solo segundo. — Y tú conmigo, ¿cierto?

—Sí, Manu… siempre.

Y sus bocas volvieron a tocarse con la misma intensidad de la noche anterior. Sus labios siendo atrapados por los del otro, sus lenguas tocándose y luchando por tener el control…

¿Cómo demonios Inglaterra podía pensar en destruir algo tan único, tan fuerte y tan hermoso?

Al separarse se miraron, y ya no había angustia en los ojos de Argentina ni desesperación en los de Chile.

Sólo eran dos naciones mirándose, amándose.

Y así, envueltos en fuego, como sólo dos naciones pueden quemarse por la pasión, volvieron a unir sus territorios, ignorando a la Cordillera de los Andes que desde siempre los había separado.



El hotel era uno de los más lujosos de Santiago. La decoración y el orden lo hacían sentir como si aquel lugar se tratara de Manchester o del mismísimo Londres. Al parecer Chile tenía razón cuando dijo que su estadía sería inolvidable.

Pero a pesar de que el hotel era hermoso y tranquilo, donde podía disfrutar de su té a cada hora con total calma; prefería pasar la noche en otros lugares.

No en el hotel, no en un departamento…

Prefería La Moneda, ese lugar donde Chile siempre estaba.

Desde hacía mucho tiempo que lo deseaba. Anhelaba sentirlo entre sus brazos para estrecharlo con ellos, mientras juraba ya sentir las piernas chilenas enredándose en su cintura. Y esa voz que podía sonar tranquila y confiable, pero que al primer peligro se erizaba y mostraba insultos particulares y, a sus oídos, jocosos. Sus ojos castaños se clavaron en su memoria, soñándolos entrecerrados igual que su boca jadeante y húmeda.
Era imposible no desearlo. Cómo no hacerlo, cada uno de esos mocosos latinoamericanos era único, tan tentadores como ellos solos.

Pero Chile, en ese momento por lo menos, era especial.

Su temperatura corporal comenzó a aumentar y el té que sostenía entre sus manos se vio abandonado de pronto en su mesita de noche. Se sentó en la cama mirando hacia la calle por la ventana que tenía en frente, viendo la belleza del cielo negro chileno y la luna llena iluminando la habitación.

La luz era destructiva para sus ojos verdes que ardían de deseo y que se entrecerraban víctimas del poder exterior hacia sus orbes. Anhelaba tocarlo, ahora… ya…

Necesitaba acariciar todo ese territorio tan árido como el desierto de Atacama, y sentir la tierra húmeda del lluvioso sur; con la yema de sus dedos.

Solo imaginarse toda esa extensión de valles a su merced lo hacía cerrar los ojos sin poder soportar el dolor que su sexo en ascenso hacía contra sus pantalones.
Y gimió tocándose, sin saber si esas manos que rodeaban su capital eran chilenas, o inglesas.



La mañana del viernes era nublada. El sol parecía huir de ellos cuando abrieron sus ojos al mismo tiempo, enfrentándose los chilenos con los argentinos, sin poder evitar sonreírse. La noche anterior había sido tan placentera y al mismo tiempo única. Jamás lo habían hecho mientras se repetían una y otra, y otra, y otra vez "te amo".

Era, por supuesto, el mejor recuerdo que el trasandino tenía de su vecino. Más que las expresiones, eran las palabras.

A pesar de que se diga que una imagen vale más que mil de ellas.

—¿En qué pensai tanto? —Le preguntó de repente, frunciendo el ceño y moviendo divertido su cabeza hacia un lado.

—En vos y yo—Respondió sin chistar—. Fue muy bonito lo de anoche, Manu…

El susodicho se sonrojó, apartando la vista—Como si fuera la primera vez que tiramos.

Argentina se incorporó a medio cuerpo, buscando los ojitos marrones con sus esmeraldas. Le extrañó esa actitud, aunque no lo hubiese dicho con mala intención. —No me refiero a eso, boludo. —"Bueno, también eso" Pensó sin poder evitarlo—. Hablo de lo que me dijiste. Fue bonito… No se me va a olvidar jamás.

—Y pobre de ti si se te olvida o me hacís repetírtelo porque te vay a arrepentir de haber nacido— Era divertido y juguetón cuando quería, y ese era el momento en que quería divertirse con el rubio.

—Te voy a obligar a decírmelo cada vez que se me antoje, boludito mío…—Respondió, sonriendo con picardía.

—Oblígame si podís poh—Dijo desafiándolo, sonriendo de la misma forma.

No bastó mucho para que Argentina se le tirara encima y comenzara una batalla de cosquillas. Rodaron por la cama envueltos en risas de niños, entre caricias camufladas y besos disimulados. Ambos desnudos, sin nada que ocultar, mostrando todo lo que eran: un par de naciones de joven historia que se amaban con locura, a pesar de todo.
El argentino quedó sobre él, mirándolo a los ojos con ternura, y una sonrisa imposible de apagarse.

Chile también sonreía de forma sincera. Así lo sintió el rubio y él mismo también. Luego de años pudo sonreírle a él de la forma que sonreía casi todos los días cuando eran un par de revoltosos adolescentes.

El moreno giró su cabeza desviando la mirada hacia la ventana, y Argentina hizo lo mismo. La lluvia comenzó a caer mojando los grandes ventanales de la casa. No era violenta, sólo se dedicaba a caer con delicadeza en el suelo agrietado y chileno.

—¿No deberíai volver a tu casa? Tu superior debe andar con el alma en un hilo si es que ya sabe que no estay—Dijo, volvieron a mirarlo.

—¿Me estás echando? —Preguntó divertido, arqueando una ceja y mirándolo con picardía.

Chile se sonrojó—¡No, hueón!, es sólo que…

—¿Entonces querés que me quede?

Cuando se lo proponía, ese fleto podía ser muy hostigoso. No es que lo fuera en ese momento—era hasta divertido—, pero a pesar de querer pasar más momentos juntos y todo lo demás, también habían deberes que ambos debían cumplir como naciones.

—Sólo quiero que volvai para que no te hagan problemas…

Argentina sonrió enternecido. Ver a Chile así de tímido era una sensación muy agradable, un deleite único.

Y por mientras, estando debajo del cuerpo trasandino, esos "deberes" de los que su mente le recordaba, lo llenaron de angustia.

La preocupación, la desesperación y la ira parecían querer tomar control de sus sentidos y pensamientos. Pero no iba a permitirlo de ninguna manera. Ya se había decidido, y si Reino Unido no estaba de acuerdo, mala suerte por él; pero Chile no iba a dejar a Argentina perder como chino frente a los fuertes del Tratado del Atlántico Norte.

En la noche de ese día viernes, vería a Inglaterra de nuevo. Le diría, con ironía, que lo sentía, pero Chile y Argentina eran vecinos, hermanos, y lo más importante de todo era…

Era…

"que lo amo…"

¿Y cómo demonios puede traicionarse así a alguien que se ama? Hay seres que lo hacen y nunca pudo explicárselo, pero él no lo iba a hacer.

Además, esos ojitos verdes y brillantes no permitían una traición después de tantas cosas juntos.

No iba a dejar que ese brillo se apagara.

No iba a permitir que quien hacía brillar esos ojos argentinos dejara de ser el motivo para que dejaran de brillar.

Esos ojos siempre, SIEMPRE, debían brillar por Chile, y por nadie más.

Nunca por Inglaterra o Italia, nunca por Estados Unidos o por España. Sólo por Chile.
Y ese brillo fue el mismo que vio la noche anterior, cuando lo vio aparecer frente a él mientras lloraba de impotencia en sus calles.

—Hoy debo darle la respuesta a Inglaterra—Susurró de repente, desviando el anterior tema de conversación. El ambiente se volvió tenso, y es que era imposible que el aire flotara con libertad en esas situaciones tan extrañas en las que sacaba el tema del británico. En ese día por lo menos.

—¿Irás a verlo o él vendrá a verte? —Preguntó. Chile, con una habilidad sorprendente, logró captar cierto tono de celos en la voz trasandina.

Sonrió sin poder evitarlo, pero sin querer ocultarlo tampoco— Él vendrá. —Dijo, en un tono extraño.

—Si querés puedo acompañarte mientras hablas con ese cejudo.

—No Martín. No es necesario. Sé defenderme solo.

Esa era la actitud. ¡Ese era Manuel González! ¡Ese que tenía aprisionado contra el colchón de la cama era el verdadero Chile!, a quien amaba con locura. Se sintió orgulloso de él, estando cien por ciento convencido de que aquellas palabras no podían ser más ciertas.

Chile era fuerte y decidido.

¿Quién no sería feliz en el lugar de Argentina?

—Está bien. Espero que todo resulte como deba ser.

—Así será. Inglaterra no se saldrá con la suya. Ni él ni ninguno de esos que financiaron la condena de mis hijos.

Ya no más resentimiento, ya no más rabia. Ahora había decisión y altanería en su voz. La voz del Chile que se levanta a pesar de todas las cosas.

Y Argentina, más orgulloso que nunca, le sonrió de la forma más sincera y cómplice posible.

Eso era precisamente lo que él esperaba sentir sobre sí mismo y sus hijos, su tierra, lo que le pertenecía por derecho. Serían uno. No Chile ni Argentina, sino una sola gran nación.

Entonces se convenció de que juntos eran tremendamente fuertes.

Los hijos de Chile y los propios.

—Y la de los míos.

Se besaron con dulzura y complicidad, cerrando sus ojos llevados hacia el más extraño de los placeres: el de unir sus cuerpos sin culpas.



La noche se le había hecho horriblemente larga. Eran demasiados los sueños extraños que su mente le presentaba. Todos eran diferentes, pero compartían el mismo deseo: poseerlo.

Horas completas girando de un lado a otro entre las sábanas que rozaban una y otra vez su piel blanca y desnuda, intentando crear distancia entre su cabeza y esos deseos posesivos y sucios para con el chileno.

Claro que no era el único. No era sólo él quien la noche anterior había sucumbido en su mente. Argentina solía visitarlo en sueños, se desnudaba frente a sus ojos hambrientos, obligándolo sin palabras a tirársele encima y encerrarlo entre su cuerpo y la pared.

Los recuerdos de siglos pasados eran maravillosos. Donde él, en sus barcos piratas llevaba al argentino a recorrer los océanos, siendo sólo un niño. Luego, cuando ya comenzaba a crecer y a formarse como una nación a la joven edad aparente de los 17 años, por primera vez tuvo la dicha de tocarlo.

Disfrutar de un cuerpo tan joven y hermoso. De las maravillas recién descubiertas en territorios argentinos. Toda esa maravillosa extensión de tierra recientemente explorada para ser ultrajada por sus manos con olor a metal y a pólvora, características de las armas que siempre traía en sus trajes piratas.

Frotó su rostro con pesadez. Se levantó, se duchó y se vistió con el mismo traje militar que siempre traía puesto: el típico verde haciendo juego con las esmeraldas ubicadas debajo de sus cejas que fueron desde siempre su marca registrada.

Inevitablemente, esos ojos verdes dibujados virtualmente en el espejo le recordaban a los argentinos, pero en una versión mucho más inocente e infantil. Era adorable. Pero cuando ya la apariencia angelical del niño colonial fue quedando de lado y a su paso fue dejando la del muchacho, la tentación era insoportable.

Y fue entonces que sin resistirlo, fue él quien arrebató la pureza de las tierras argentinas.

Ninguno de los dos hizo nada por evitarlo. Ambos lo deseaban, Inglaterra lo sabía. Fue entonces al pensarlo que su boca se torció en una sonrisa indescifrable.

Anhelaba también volver a tocar esos terrenos. Los recuerdos no eran suficientes por sí solos. Debía revivirlos a como diera lugar.

Aunque eso implicara el arrebatamiento definitivo de las islas.

Anhelaba la atención de esos dos. Necesitaba tenerlos. Fue cómico, por un momento se imaginó a sí mismo como Francia cuando deseaba convertir a todos los demás en territorio francés.

No se había dado cuenta, pero estaba actuando de la misma forma. Egoísta, igual que siempre.

Igual que en la Edad Media, en el Renacimiento. Como durante la Guerra de los Cien años, como en los enfrentamientos marítimos con España y Francia.

Siempre egoísta. Primero Inglaterra, primero los ingleses. Luego los demás.

El egoísmo se anteponía ante todo lo noble que intentaba ser o hacer.

Pero era imposible irse en contra de su misma esencia. Era imposible luchar contra lo que más lo identificaba.

Y era por eso precisamente que buscaba también poseer algo mínimo de Chile.

Por lo menos una caricia atrevida, un beso apasionado…

Una sola noche, y volvería a sentirse pleno como en sus años de piratería.

Sólo eso. Sólo un miserable tacto para sentir lo que Estados Unidos alguna vez sintió también.

Una vista general de su cuerpo. Una mirada burlista y deseosa a sus áridas regiones nortinas, ganadas en siglos anteriores por guerras en las que, quizás indirectamente, también participó.

Pero ya no tenía caso pensar en tiempos pasados. Ahora debía concentrarse en el presente, en que por motivos egoístas se encontraba allí, al asecho. Como en la Cordillera de los Andes, deleitándose con el paisaje hacia ambos lados.

Jugando a ser el villano.

Y recordó entonces que esa noche debía recibir la respuesta del chileno.

Cerró los ojos y sonrió tranquilo. Estaba confiado, pues bien sabía que no había nada más grande que el amor de Chile hacia su gente, y si los hijos de su tierra estaban en juego, no importaba venderle el alma al diablo con tal de no verlos otra vez como en esos años.
Esos años que conocía casi tanto como Estados Unidos.

Si Chile aceptaba, podría obtener lo que tanto deseaba. Sino… bueno, él se lo había advertido ya.

O era Argentina, o era su gente. Pero no ambas, ni tampoco podía ser neutral.

Qué situación más conveniente para lograr su cometido. Las cosas no pudieron presentarse mejor. Inglaterra sería el legítimo y único propietario de las Islas Malvinas—O como a él le gustaba llamarles, The Falklands Islands—, y Chile sería, por lo menos una noche, de su propiedad.

La más preciada en ese momento.

Argentina y Chile serían toda la realidad de sus deseos. Sin negarse, sin chistar.

Serían quienes representarían frente a sus ojos y no frente a sus pensamientos todas las fantasías. Las más lascivas de todas.

Y estando aliado con Alfred, aquel deseo no estaba demasiado lejos de la realidad.

Entonces, convencido plenamente de sí mismo, lo profetizó frente a su espejo, en una voz que seduciría a cualquiera, pero que para quienes lo conocían, sonaba infinitamente sádica.

—Las Malvinas serán mías. Y Chile conocerá por primera vez en su historia lo que es disfrutar verdaderamente de un pirata inglés.
Este fanfic tiene contenidos a cerca de política.

Cuarto capítulo :D espero que les haya gustado porque a mí me dejó bastante desconforme e_é. Sigue estando esa tensión entre estos dos y el inglés ese, adoro eso xD!

Bueno. Sin nada más que agregar me despido. Muchísimas gracias por leer! significa mucho para mí!

Prólogo: "La supuesta Salvación" [link]
Capítulo 1: "La noticia, los recuerdos" [link]
Capítulo 2: "La demanda del reencuentro" [link]
Capítulo 3: "La decisión más difícil" [link]
Capítulo 4: "Jamás" Here
Capítulo 5: "Rebeldía" [link]
Capítulo 6: "Un deseo egoísta" [link]
Capítulo 7: "Intenciones de Cristal" [link]
Capítulo 8: "Despertar" [link]
Capítulo 9: "Promesa" [link]
Capítulo 10: "Traición y Deseo" [link]
Capítulo 11: "Falsas Verdades" [link]
Capítulo 12: "Inaccesible" [link]
Capítulo 13: "Escombros" [link]
Epílogo: "El Derecho de vivir en Paz" [link]

Hetalia/Inglaterra (Arthur Kirkland) © Hidekaz Himaruya.

Chile (Manuel González) y Argentina (Martín Hernández) © :iconrowein:
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... Solo tengo una palabra para describir a Arthy...
Huh?! 
Pedofilo ¬¬