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Una luz en la oscuridad Cap.34

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Natasha fue la primera en salir de la cueva. Cerró los ojos y abrió los brazos, disfrutando plenamente el poder sentir nuevamente la luz del sol y el aire fresco. Detrás de ella, la mujer se quitaba las últimas telarañas mientras exhalaba un suspiro de alivio al verse fuera finalmente.

—Fue terrible... estar atrapada de esa manera.
—¿Cuál es tu nombre, preciosura? —preguntó galán Lyndon.
—Karyna. No les puedo agradecer los suficiente el haberme salvado la vida.
—Quizás haya una forma en que puedas agradecerme... ehh, agradecernos.
—Busco a un cautivo del Aquelarre —le preguntó Alice secamente—. ¿Lo has visto?
—Eso puede esperar —reclamó el truhán.
—¿El Aquelarre? Los vi llevarse a alguien al Palacete de Leoric. Puede que sea el hombre que buscas.
—¡¿El Palacete de Leoric?! —exclamó Kormac—. Esa bruja no pudo escoger lugar más impío que ese.
—No creo que sea para tanto... —comentó Lyndon.
—No queda muy lejos. Llegaremos pronto —afirmó la cazadora, preparando sus ballestas de mano.
—Hmm... me parece que no les será tan fácil alcanzar ese lugar —murmuró la mujer, algo nerviosa.
—¿A qué te refieres? —le preguntó la arcanista.
—No me da orgullo, pero robé el cayado de un gran chamán khazra. Los faunos enloquecieron y me siguieron hasta las cuevas.

Alice se llevó la mano a la cara en tanto Natasha pareció alegrarse un poco. Aunque hubiera que seguir luchando, al menos ya estaban fuera de esa asquerosa cueva y lejos de esas repulsivas arañas.

—No te preocupes por nosotros. Ya nos hemos enfrentado a faunos antes. No nos darán problemas —declaró la arcanista.
—No es eso —dijo la mujer—. El campamento de los faunos está en medio, y cerrado por una barricada.
—Entonces, ¿dices que ahora no se puede pasar? —preguntó el templario.
—El cayado está en mi carromato en las Tierras Altas. Si lo llevas hasta la barricada, puede que los khazra te dejen pasar.
—Si es por una barricada, hay otro modo de pasar —afirmó Natasha con una sonrisa.
—¿En serio? ¿Cuál? —preguntó interesado el truhán.
—Simple. Sólo la chica-flecha debe entregarme la espada del forastero y...
—Gracias, Karyna. Buscaremos el cayado —interrumpió Alice.
—¿A qué espada se refiere tu compañera?
—Descuida. Tú sólo ponte a salvo.
—De acuerdo. Gracias a ustedes una vez más por salvarme.
—Oye, ¿por qué no te agrada mi idea? —insistió Natasha.

La cazadora emprendió la marcha seguida por el templario. La arcanista se puso una mano en la cadera y lanzó un resoplido de reprobación antes de unirse a ellos. El truhán en tanto cortejeaba a Karyna, pero al ver que su grupo se alejaba le hizo señas con la mano a Natasha, quien estaba más cerca.

—¿Les importa que me quede acá?
—Para nada. Eso sí, no esperes recibir tu parte del oro.

Lyndon habló unos momentos más con Karyna, despidiéndose y prometiéndole que volvería antes de ir corriendo a reunirse con el resto de los aventureros, que acababan de eliminar a unos cuantos khazra que los habían emboscado.

—Listo. No me podían dejar fuera de esta noble lucha contra el mal.
—Dudo que hayan sido los deseos de combatir por el bien los que te trajeron —rió Natasha.
—Este delincuente lo único en que puede pensar es en el oro —sentenció Kormac, al tiempo que le clavaba la lanza a un solitario khazra.
—¡Mentira! Las mujeres también son parte importante de mi vida.
—¿Y por qué no te quedaste con ella? —preguntó Alice.
—Prioridades, amiga mía. Prioridades.

Un puente de piedra cruzaba el ancho río que en esta época del año estaba bastante menos caudaloso. Poco antes de llegar a él se sintieron ruidos desde unos arbustos a los lados y, repentinamente, aparecieron de ellos un par de insectos gigantes semejantes a libélulas.

—¡Alamustias! —exclamó Alice—. ¡Cuidado con sus descargas!

Haciendo un ruido molesto, una de ellas se acercó al templario. Éste intentó empalarla, pero el insecto esquivó la estocada y se lanzó contra él dándole un golpe eléctrico con el abdomen. La descarga lo aturdió por un momento e hizo retroceder al guerrero, momento en que la otra alamustia aprovechó para atacarlo igualmente. Lyndon disparó un par de saetas desde la retaguardia, pero estas traspasaron las alas verde-amarillas de los insectos, causándoles tan sólo algunos agujeros.  Alice dispersó unas granadas alrededor de Kormac, consiguiendo alejar a las libélulas gigantes para luego, usando su arco largo, disparar varias flechas famélicas, que aunque eran esquivadas en primera instancia, luego se desviaban para lanzarse una vez más sobre sus presas.
El truhán se alejó un poco para estar más seguro, pero de los arbustos detrás de él aparecieron dos alamustias más, las cuales lo atacaron de inmediato. Natasha había estado tratando de acertar a los insectos que atacaban al templario usando sus proyectiles mágicos, pero sin resultados. Al ver al truhán en problemas, se volteó y cargó poder arcano en su espada larga.

—¡Lyndon, agáchate!

Dando un mandoble, la taumaturga lanzó un orbe arcano a las alamustias, que intentaron esquivar la inmensa bola de energía, pero que detonó al chocar contra una de las alas de los insectos. La explosión las hizo caer a varios metros del lugar. Y aunque aún estaban vivas, tratando de elevarse con sus alas dañadas, un par de proyectiles arcanos lanzados a corta distancia acabó con ellas. El truhán, aunque se había lanzado al suelo, igualmente se sintió aplastado por la detonación. Mas no sufrió gran daño, por lo que se levantó poco después, sacudiéndose el polvo. Alice en tanto ya había terminado con las otras mientras Kormac se aseguraba que no se volvieran a mover, empalándolas en el suelo.

—Bien, en marcha.

La cazadora hizo una rápida revisión de su equipo antes de continuar y cruzar el puente. Éste había visto tiempos mejores. Aunque sus bases aún permanecían firmes, las estatuas de reyes que la adornaban habían caído. No quedaban más que los pies de éstas en en su sitio en tanto el resto podía verse en el lecho del río, siendo la cabeza de una de éstas lo que se encontraba más intacta, y presuntamente también habría sido ésta la que al caer había derrumbado una parte del sendero de piedra.
Al otro extremo los esperaba un chamán khazra, que en cuanto los vio conjuró una especie de esfera de aire frío, la cual lanzó a los aventureros. Kormac se apresuró a interponerse en su camino, deteniéndolo con su escudo. La esfera estalló enfriando todo alrededor. A pesar del repentino cambio de temperatura el templario se levantó para enfrentar a su oponente, pero éste había dado la vuelta y echado a correr. No avanzó mucho, ya que el truhán lo hirió con una flecha incapacitante, haciendo que cojeara. Unas cuantas saetas más y un proyectil arcano que llegó tarde terminaron con él antes que se reuniera con su grupo. El resto de los faunos, al ver a su líder caído, se lanzaron contra el templario, quien se encontraba más cerca. Éste recibió al primero con una estocada, deteniéndolo en seco. Varias explosiones producidas por las granadas de la cazadora los aturdieron, dándole tiempo al guerrero a golpear a otro khazra con el escudo y finiquitar al primero con una certera estocada. Un par de empaladores khazra, armados con lanzas arrojadizas, se desenterraron cerca de la arcanista. Ésta apenas pudo esquivar los proyectiles, agachándose, pero luego descargó un arco eléctrico sobre ellos. La electricidad les impedía moverse con normalidad, momento el cual Lyndon disparó sus flechas contra ellos.
Luego de acabar con todos continuaron avanzando, aunque más lentamente. Estas bestias acostumbraban esperar enterradas antes de emboscar en el momento adecuado. Además de los faunos, también estaba el problema de sus trampas y de las alamustias, que aparecían de improviso de en medio de la vegetación.

—Te ves más callada que de costumbre —le comentó Kormac a Natasha, en uno de los momentos de calma.
—Es que aún no me convenzo.
—¿De qué?
—De que Deckard Cain haya muerto.
—No pensé que te costara tanto aceptar la muerte de una persona —se extrañó Alice—. En especial considerando todo lo que has hecho desde que nos conocimos en Nueva Tristram.
—A mí también me costó. Pero ya lo acepté y ese crimen no puede quedar impune —añadió el templario.
—No se trata de eso.
—¿Entonces de qué?
—Es la forma. Leí sobre él en el cenobio de Yshari. Sobrevivió a la tragedia de Tristram, acompañó a los héroes que derrotaron a Diablo. ¡Incluso aguantó el impacto de la estrella caída y una semana entera dentro de la Catedral, infestada de muertos vivientes para que luego muera por una bruja con complejo de mariposa! ¿Cómo pudo pasar? ¿Cómo dejamos que pasara?

Hubo un silencio durante unos momentos hasta que Alice decidió romperlo.

—Estoy de acuerdo en que su muerte fue inesperada. Pero no podemos hacer nada al respecto más que vengarlo.
—Es cierto. Esto no puede quedar así —apoyó Kormac.
—No conocí mucho a ese anciano —manifestó Lyndon—. Pero igual las seguiré y ayudaré.
—Tú lo que quieres es conseguir más oro —acusó el templario.
—Ya no empiecen.

La muchacha no se animó mucho, aunque eso no le impedía conjurar orbes arcanos en cuanto una emboscada khazra aparecía cerca.

—Tanto conocimiento que tenía para compartir —suspiró—. Incluso era mejor herrero que Edrig.
—¿Eh?
—No tuvo problemas para reforjar la espada sagrada. ¡Un arma celestial! Edrig ni siquiera puede reparar sus propias armas.
—En eso tienes razón.

En eso, un par de árboles frente a ellos desenterraron sus raíces del suelo y lanzaron un golpe con sus ramas.

—¡Otra vez los árboles caminantes! —exclamó la arcanista.
—¿Pero qué pasa aquí? —preguntó estupefacto el truhán, que aún no había visto uno de estos.
—Sólo es una bestia disfrazada —le explicó Alice—. Tú sólo dispárale.

Una de las ánimas arbóreas dirigió hacia delante sus ramas, haciendo crecer varias plantas venenosas en medio del grupo. Éste se dispersó, sin dejar de atacar. No obstante, aunque se esforzaban, las armas de Kormac y Lyndon no eran suficientemente eficaces para combatir con este tipo de enemigo. Natasha en cambio conjuró filos espectrales primero y orbes arcanos después de alejarse un poco, causando daños severos en aquellas bestias. Alice retrocedió un poco antes de desenfundar sus lanzaderas de cuero y descargar un disparo rápido, cuyas flechas en llamas abrasaron la corteza de las ánimas, que no aguantaron mucho más antes de partirse en pedazos por la combustión.
Antes siquiera de poder reunirse, tres empeladores khazra se desenterraron cerca de ellos. Alice les apuntó con una de sus lanzaderas, pero al ver un montón de troncos apilados, disparó hacia allá, cortando la cuerda que los sujetaba. Los pesados maderos rodaron hacia los faunos, arrollándolos, dándole el tiempo suficiente a Natasha de conjurar un orbe arcano, cuya explosión los hizo volar por los aires.
Nuevamente comenzaban a encontrarse cadáveres humanos entre las plantas. Y nuevamente Lyndon se encargaba de revisarlos por si tenían algo de valor.

—¿Es que no puedes dejar ni a los muertos en paz? —encaró molesto el templario.
—No es que vayan a necesitar las monedas ahora.

Uno de los cuerpo tenía un bolso, en el cual el truhán encontró una nota en la cual un oficial de Nueva Tristram ofrecía una recompensa de veinticinco piezas de oro por cada cabeza de khazra que le llevaran.

—Esas bestias son un peligro para los aldeanos —exclamó—. Es nuestro deber eliminarlas para proteger esta zona.

Alice observó de reojo el papel que sostenía Lyndon. Se sonrió un momento antes de contestarle.

—Con la invasión de muertos vivientes que tuvieron, dudo que les interesen los faunos ahora. Además, no creo que te hagan valer esa recompensa, suponiendo que quien la ofreció siga con vida.
—Es igual. No se puede rechazar algo así.
—Pues si quieres cargar con un montón de cabezas de faunos, adelante —expresó Natasha—. Pero nuestra misión es hacer pagar a Maghda por lo que hizo. Si tú quieres irte de cacería, no hay problema.

Algo desanimado, el truhán siguió con el grupo, si bien pronto se le pasó al encontrarse unos altares khazra que contenían en su interior varias monedas de oro.
Un poco más adelante hallaron una enorme edificación. En el frente tenía un patio enlosado al cual se accedía por una gran escalera de piedra, la cual era custodiada por dos estatuas que representaban a un león alado.

—Es raro que una construcción así se encuentre en medio de este lugar —comentó el truhán, algo extrañado.
—Estas tierras pertenecían a la corona —explicó el templario.

No obstante, en el patio se encontraba un grupo de cultistas que efectuaba un ritual para convocar erebiones. Cinco fanáticos oscuros entregaban su energía al invocador, quien ya había conseguido traer seis erebiones demoníacos a este mundo. Antes que éstos atacaran, Natasha conjuró arcos de electricidad a través de sus dedos, aturdiendo a tres de los cultistas. Los erebiones se prepararon para atacar a la muchacha, pero una embestida de Kormac los hizo retroceder. Alice lanzó una daga hacia el pastor de lo profano, pero una barrera de energía lo rodeó e hizo rebotar el proyectil. «Conque eso, ¿eh? Entonces te dejaremos para el final» pensó la cazadora.
Lyndon lisió en el aire a un erebión que se había lanzado contra la arcanista, impidiéndole alcanzarla. Ésta conjuró numerosos filos espectrales hasta que el demonio dejó de moverse. Kormac, en tanto, luchaba con otros dos, que lo acosaban y mordían desde todas direcciones. Un tercero saltó sobre él, pero terminó empalado por la lanza del templario. Los otros erebiones iban a atacarlo una vez más, pero unas boleadoras se enredaron en sus cuellos, decapitándolos de una explosión un momento después.
En cuanto cayó el último fanático producto de las heridas de los filos espectrales, el escudo de energía del invocador se deshizo. Natasha entonces se acercó a él.

—Invocador. Te llegó la hora...
—¡Sus patéticas habilidades no podrán conmigo!

El líder cultista convocó a otro erebión, que fue rápidamente decapitado por una boleadora.

—Mira quien habla de patético —manifestó la cazadora, apuntándole en la cabeza con una de sus lanzadoras de cuero.

La muchacha apretó el gatillo y el proyectil se clavó en la frente del invocador. Éste retrocedió, aún con vida y le lanzó una bola de fuego a quién le había disparado. Alice no tuvo problemas en esquivar el proyectil y le disparó una vez más, pero el cultista de algún modo todavía se mantenía en pie.

—Tienes que ponerle más ganas —dijo Natasha, lanzándole un orbe arcano.

La explosión lo hizo volar unos metros antes de caer pesadamente al piso. Sorprendentemente, volvió a levantarse, aunque de manera un tanto dificultosa. Antes que alguna de las jóvenes volviera a atacar, el templario se lanzó contra él y lo empaló con la lanza, para al caer al suelo rematarlo clavándosela en la cabeza.

—Ya no volverá a traer demonios a este mundo —afirmó el templario, de forma solemne.

Al no dar más señales de vida, Alice se dio la vuelta y bajó las escalas. Natasha hizo lo mismo, seguida por Lyndon. Kormac entonces desclavó su lanza, limpiándola de un rápido movimiento.

—Cultistas y faunos... los dos tan brutos como bestias —murmuró antes de seguir al grupo.

Luego de un par de altares khazra que alegraron el bolsillo a Lyndon encontraron un carromato en medio de unos arbustos.

—Ese debe ser —dijo Natasha—. Busquemos el cayado para que podamos irnos de una vez.
—Este parece un lugar horrible para dejar una carreta —comentó el truhán.
—Es verdad. Aunque cuando te persigue una manada de faunos el lugar en donde lo dejes pasa a ser secundario.

Los aventureros rodearon el carromato. Éste contenía una gran cantidad de pociones y artefactos mágicos. No parecían muy poderosos pero alguna utilidad debían tener. Alice vigilaba a Lyndon constantemente para que no se llevara nada. Al levantar algunos bultos, Natasha encontró el cayado, amarrado en un costado.

—Bien, ahora los faunos abrirán sus puertas para recuperarlo —dijo Alice.
—Ughh —exclamó asqueada la arcanista—. ¿Para qué querría esto Karyna? ¡Este cayado apesta!
—Es igual, mientras podamos pasar.

Súbitamente, tres guerreros khazra armados con hachas y un chamán anciano se desenterraron. Éste último conjuró un orbe helado cuya explosión ralentizó a todos. Alice, aunque entumecida, dispersó abrojos por el lugar y, haciendo una acrobacia, se alejó. Kormac resistió el envite de los khazra guerreros usando su escudo para luego devolver varias estocadas. Lyndon, por su parte, se subió al carromato para disparar desde una posición más ventajosa. Equipó una de sus flechas de punta aguda y se la disparó al chamán, interrumpiendo su conjuro. La armadura glacial de la arcanista congeló a uno de los faunos, cuyo hachazo impactó en el guardahombros de ésta. La taumaturga respondió entonces con una serie de filos espectrales que destrozaron al khazra. Desde la distancia, la cazadora disparó sus flechas famélicas, traspasando éstas los cuerpos de los faunos varias veces. El chamán conjuró otro orbe gélido, al cual Natasha respondió con uno arcano. La detonación de la esfera de poder de la arcanista resultó mucho más dañina que la onda de frío producida por el chamán, haciendo retroceder a éste por el impacto. Una boleadora y varias estocadas eliminaron la amenaza de los últimos guerreros khazra, por lo que tanto Kormac como Alice pudieron concentrarse en el hechicero. Éste trató de retroceder para tomar distancia, pero eso sólo facilitó las cosas a las aventureras, que pudieron lanzar sus ataques sin temor a represalias. Alice utilizó su disparo rápido en tanto Natasha comenzó a electrocutar a la bestia. Ésta lanzó otro orbe gélido pero fue detenido por Kormac, quien antepuso su escudo al ataque. Entre las estocadas que propinaba éste más el ataque conjunto de las jóvenes y las saetas de Lyndon, no les tomó mucho tiempo más en acabar con la amenaza.

—No lo entiendo —se preguntó el truhán—. Si tanto les importaba el cayado, ¿por qué no se lo llevaron en vez de esperarnos aquí?
—Ni idea —respondió la arcanista—. Quizás querían castigar a quién se lo había llevado, pensando que volvería por él. Como sea, ya es nuestro. Busquemos ese campamento khazra.
Ya fuera de la cueva, la persecución continúa.


Acto 0: Los comienzos


Acto 1: La Estrella Caída

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Acto 2: Mentiras en el Desierto




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